Bienvenidos a este humilde pero sincero espacio. Aquí escribo mis pensamientos, cosas que me preocupan, algunas vivencias, historias que conozco... lo que me dicta el corazón para compartirlo con otras personas, es una manera de saber que no estamos solos en este mundo virtual y poder hacerlo más real y cercano. Me gusta escribir y me siento bien haciéndolo, ojala estás letras lleguen a ustedes como yo quisiera. Siéntanse libres de comentar lo que deseen. Gracias por estar aquí.

martes, 8 de mayo de 2018

UNA MUJER QUE GRITA ¡SOCORRO!


Hace unos meses me encontré con una amiga que hacía varios años no veía. Después del saludo y la alegría de volvernos a encontrar nos sentamos a conversar. Todo fluyo normal, con las clásicas preguntas de ¿cómo te ha ido?, ¿qué hacen los muchachos?, ¿y tu marido?… Nosotras siempre nos llevamos bien y confiábamos una en la otra, por lo que nos contábamos muchas cosas, y eso a pesar del tiempo no cambió, porque después de un rato hablando, muy apesadumbrada me dijo que no estaba conforme con su vida, que ya no se reconocía. Eso me preocupó y mientras siguió hablando la observé detenidamente y realmente no parecía la misma persona. Continuamos conversando y me dijo que estaba aplastada por la rutina del día a día. Que ella toda la vida se había levantado con una sonrisa y prometiéndose que el día sería mejor que el anterior y que ya no sabe desde cuándo no es así.
Yo me sentía consternada por lo que estaba escuchando. Cabizbaja continuó diciendo que con sus 48 años se siente de 90, que dejó de luchar por sus sueños hace años, que no recuerda ni siquiera en qué momento ocurrió. Que en los últimos años siempre ha estado desesperada por el tiempo porque no le alcanza para todo lo que tiene que hacer y por eso comenzó a dejar de hacer cosas que le gustaban. Primero dejó de ir a la peluquería, después dejó de hacer ejercicios, dice que no sabe qué tiempo hace que no se sienta a leer un libro (algo que le apasionaba), también dejó de reunirse con sus amigas para charlar, pasear o simplemente beberse una cerveza entre risas, en fin, dejó de hacer innumerables cosas que le encantaban y le daban felicidad. El dinero lo emplea solo en las cosas de la casa y en los eventos familiares, y todo su tiempo también.
Yo no pude escuchar más. Perdí la paciencia, me levanté y le dije casi a gritos “¡Qué te pasa! Porque de vez en cuando te tomes un tiempo para ti, para hacer lo que te gusta, para reunirte con tus amigas, para leer un libro, para lo que se te ocurra no significa que los desatiendes ni que los quieres menos, y la casa tampoco puede llevarse todo tu tiempo porque le saques un poco el pie no se va a venir abajo. Tus hijos y tu marido tienen que entenderlo, ellos saben que los amas más que a nada y abusan, pero ¿cómo te pueden valorar si tú no te valoras a ti misma?”
Callé de repente temiendo haber lastimado sus sentimientos, pero con la certeza de que había dicho lo que debía. La rabia me roía por dentro. Hace muchos años la conozco y es cierto que no es la sombra de lo que era antes. Es cierto que con la adultez vienen también otras obligaciones, el trabajo, la casa, los hijos. Queremos cumplir con todo y lo hacemos. El trabajo porque es nuestra realización personal o simplemente por razones económicas y la familia porque es tan importante en nuestra vida y los queremos tanto que nos parece poco todo lo que hacemos por ellos.
A nosotras se nos va la mano en facilitarles la vida. Queremos darles tanto y que no pasen trabajo que en nuestro día a día solo empieza a haber espacio para sus necesidades y vamos dejando de lado las nuestras. Los hijos comienzan a abusar y se vuelven egoístas, sólo les importa lo que quieren y necesitan. Dejan de valorar a esa persona que les dio la vida y que está dispuesta a sacrificarlo todo por ellos. Y con la pareja pasa lo mismo, como también está inmersa en su trabajo lo único que le preocupa es llegar a casa y que todo esté en orden y que los muchachos tengan todo lo que necesitan. También se le olvida que la persona que trabaja, limpia, lava, cocina, cuida de los hijos, atiende las tareas, en fin, esa persona que les hace la vida cómoda y llevadera, tiene derecho a tener un poquito de tiempo para ella. Y no se dan cuenta cómo se va marchitando a su lado, que ya no es la misma persona de la que se enamoró sencillamente porque ya no tiene vida propia vive en función de toda la familia.
Pasó un largo rato sin que ninguna de las dos dijera una palabra.
Luego continuó diciendo que yo tenía razón que ya no la consideraban y que ella misma se lo había buscado. Que su marido muchas veces ni se molestaba en decirle que tenía una reunión y que iba a llegar un poco más tarde. Que su hijo de 14 años no la obedecía; el de 18 años decía que era ridícula y que la hija de 16 años sólo la busca cuando necesitaba algo. Todo el tiempo eran solicitudes de sus deseos y quejas de lo que no había podido hacer. Que ya ella no podía más porque no reconocía en ella a la mujer que siempre fue llena de sueños, de ilusiones, alegre… Ya no era la que sonreía sin razón, que contaba chistes para hacer reír a los demás, que todo el día cantaba aunque no tuviera talento, que hablaba sin miedo, que se sentía hermosa, feliz, que compartía con sus amigas, que se pasaba horas leyendo un buen libro… sus alegría y momentos de felicidad ahora se habían suscrito sólo a los momentos en que ellos eran felices y se sentían complacidos. Que ninguno de ellos notaba que allí había una mujer que en su interior gritaba: ¡Socorro!
Ambas volvimos a quedar en silencio. Al rato le dije que ella tenía que cambiar y reconsiderar algunas cosas porque de la manera en que estaba no era feliz. Y para poder seguir amando a su familia y dedicándole su vida, lo primero que necesitaba era sentirse bien consigo misma, volver a ser una mujer feliz, sin sentirse presionada por todo y por todos. Estuvo de acuerdo y me dijo que iba a cambiar algunas cosas en su vida, que ya lo había decidido porque ella amaba a su familia pero no podía seguir sin existir.
Ha pasado algún tiempo, hemos hablado en ocasiones por teléfono y hace una semana la volví a ver y les juro que la mujer que vi ante mí era muy diferente a la de aquel día. Había un brillo distinto en sus ojos, solo me abrazo y me dijo que ahora era muy feliz, que su trabajo le costó pero que al final todos entendieron que necesitaban cooperar en la casa para que ella pudiera tener un tiempo para ella. Y que desde entonces todo funciona sobre ruedas ella ha vuelto a la peluquería, a hacer ejercicios en casa, a pasar el domingo unas horas con sus amigas, a tomarse unas horas para leer un libro…
Amigas, si se han visto reflejadas en estas líneas, mírense en un espejo y díganse a sí mismas a quien ven. Si de pronto se encuentran añorando a la mujer que fueron antes y sienten que la fueron sepultando lentamente, simplemente pregúntense: ¿Les gusta esta mujer que ven o añoran volver a ser la que eran antes? Nunca es tarde para cambiar; tarde sería si mueres.
Cuando formamos una familia, nos adentramos a un mundo lleno de responsabilidades. La pareja, los hijos... El gato, el perro... La casa, las compras, el trabajo, la limpieza, las camas bien tendidas, el orden... Podemos ocuparnos de todo, pero entre una cosa y la otra también dedicarnos un tiempo para nosotras. Está bien ser mujeres responsables, pero no en exceso. Al menos no tanto que nos acabemos perdiendo nosotras mismas. Recuerda que te olvidas de ti misma cuando todo el mundo es más importante que tú: “no importa qué necesites, qué desees, qué quieras, los demás están primero”.
A veces nos convertimos en una mujer que se mueve con amor, con sensibilidad, con vocación, pero que dejó lentamente que todo la supere; y se quedó allí, en ese lugar, viendo pasar la vida de los otros, que se olvidó de sí misma. Y lo más triste es que los que amamos y por quien lo hacemos y sacrificamos todo, ni siquiera lo notan.
Reconocemos que ya no somos las mismas y añoramos a esa mujer que perdía horas arreglándose el cabello y que usaba mascarillas para lucir espléndidas, maquillajes intensos que mostraban a una mujer sensual y atractiva, escotes, pantalones ceñidos, tacones que endurecían nuestras piernas al andar... pero de pronto un día nos encontramos recordando a aquella mujer y sentimos que la fuimos sepultando lentamente. Presenciamos su lenta agonía y no hicimos nada para revivirla.
Tenemos que traer de vuelta a esa mujer y hacer que diga: ¡¡Presente!! Todos los días. Que haga sentir que ella importa y eso no significa ser egoísta... Intentemos recuperar a esa mujer bella que nos hacía sentir seguras, desterremos las culpas y si el desayuno, el almuerzo, la merienda o la cena se demoran un poquito porque estamos poniéndonos lindas, pensemos que ese cuidado de nosotras mismas, esa dedicación, ese amor serán la medicina mágica que hará que nuestra autoestima crezca. Si nuestra autoestima no está bien, nada está bien en nuestra vida, y por ello dejamos que otros nos desvaloricen o nos desprecien.
Para amar a los demás, primero tienes que amarte a ti misma, nuestra persona refleja quienes somos y no depende si tengo un vestido caro o el pantalón de moda, la verdadera esencia se trasmite desde nuestra alma... de hoy en adelante te invito a quererte un poco más, tomate unos minutos para ti, ¡TE LO MERECES!!!... Haz lo que te gusta, lo que te motiva, lo que te hace feliz y de esa manera te levantaras con más ánimo, con más ganas, con una sonrisa cálida, con ilusiones como antes...
A partir de hoy, todos los días párate ante un espejo y di: Sí… Tengo otro amor que me llena completamente… Y ese amor soy yo.
Amigas nunca olviden que nadie nos amará ni nos valorará, si no nos amamos y valoramos nosotras mismas. Esa familia a la que tanto amamos y que le damos lo mejor de nosotras, nos verá con otros ojos, nos considerará y respetará más cuando vea que además de atenderlos y cuidarlos también somos capaces de tener nuestro propio espacio.
Dejarán su egoísmo para valorarnos y amarnos mucho más. Y solo entonces seremos verdaderamente felices y capaces de dar más amor.